jueves, 23 de agosto de 2007

¡Melissa, un mito genial!



Melissa me recuerda mucho a Nahui Olin (Carmen Mondragón, hija del
general golpista de 1913 Manuel Mondragón), amante del Dr. Atl (Gerardo Murillo, quien así la reabautizó) pintor paisajista del Valle de México y también del fotógrafo Edward Weston. Es su reencarnación en el siglo XXI. Ambas sólo cultivaban amistades importantes en sus respectivos círculos de amistad, guardando toda proporción. Su vida es análoga. Ambas tenían facilidad tanto para la poesía como para hacerse autorretratos al óleo y con acuarelas, pero sobre todo les fascinaba ser retratradas en fotos blanco y negro. Tuve la fortuna de darle clases de fotografía. En alguna ocasión de ese cuatrimestre fui invitado a comer a su casa junto con algunos de sus compañeros. Una verdadera desgracia me impidió acudir: ese día se incendió una fábrica al lado de la universidad, se desalojaron las instalaciones y por tres días que duró el incendio mi auto quedó a resguardo dentro de las mismas.
Sin embargo, tuve la oportunidad de conocer uno de sus textos literarios que tanto le gustaba escribir. No es que me haya ganado su confianza, pues era celosísima de sus secretos. Una de sus amigas, mejor dicho compañera de clase de ese sábado doblemente trágico, cazó la oportunidad de penetrar en la intimidad de sus cuadernos -y vaya que ella no era para nada descuidada- simplemente había tomado un borrador de su puño y letra que asomó accidentalmente por el codazo de otro compañero al cuaderno que estaba sobre la mesa. Al terminar la clase de periodismo a mitad de semana, Carolina llegó hasta mi escritorio con un cara triunfal, como si le hubiera arrancado el rabo a un toro, y con una sonrisa de oreja a oreja me extendió unas hojas que a continuación transcribo literalmente. Es algo de la intimidad de Melissa con un sorprendente final:

Ella hablándole a él

Entraste. En tu mano ella
reposaba, vestida,enfundada en negra capa. Con complicidad, con gesto de exhibición y pudor desasido me miraste. La luz, el claroscuro de mi habitación todo lo acogió y yo me hice partícipe de esa bella forma tuya de crear, de traicionar. Porque traicionas, porque todo lo niegas para ser tú, en voluptuosa acto de procreación.

Él vino llegó a la mesa y sin titubeo la desenfundaste. Pronto todo se iluminó, purpurino resplandor en el que su cuerpo tomó forma: su vientre, hinchado, grávido y hueco vientre me mostró que a punto estaba de parirte un deseo. Y poco a poco, mientras por la espalda la acariciabas, recorriendo su cuello hasta bajar a su cintura, el deseo se hizo ritmo. Acompasada melancolía, juego en el que entregabas todo y renunciabas, para asirlo por completo. Ella es tu consuelo, ella, la de piel tostada, brillante y tensa; ella, chelo, tu consuelo.

Resbalaba el líquido
por mi garganta encendiendo con amargura que calcinaba y lavaba al mismo tiempo memorias, haciéndolas refulgir en ese ensueño, en el que tu música, tus vidas iban amedrentando el frío, encendiéndolo y congelándolo. No te sentí tibio, te sentí ardiendo en frío, arrebatado fragor de helado brillo. Todo tú eras exactitud, certeza, tu cuerpo era tempestad afilada. Contemplaba su idilio, en el que estaban solos, en el que se regalaban y se exhibían mientras mi boca embebida en ese fragor me empujaba más y más al remolino.

Caí, caí lento, despacio pero con furia; con arrebatado clamor te llamé y tú viniste, entendiste cómo te llamaba, cuánto te necesité, cuánto quise ser parte, ser, renacer en ti. Igual que a ella, que en ese ahora nos contempló, tomaste mi cuello, por la esplada viniste a recorrerme, a habitarme. Yo respondí, vibró mi cuerpo igual que el suyo había vibrado, las cuerdas que tocaste, la melodía que me hiciste cantar, antes no había pensado. Fue dolor, pero fue alivio. Bajaste a mi cintura y una nota aguda salió de mi garganta encendida. Y pusiste en mi vientre, al tocarlo, al empujarlo hacia ti, una semilla que no acabo de parir, que hasta hoy, que aún hoy sigue gestándose, me fecundaste con tu tacto. La funda que me cubría te dejó a la vista el firmamento de mi ánimo, de la que me anima, que a veces sin animarme sigue ahí porque el corazón me mantiene
viva. Con tus besos llenaste de margaritas, que hoy marchitándose están, los cielos de mi alma, los más frágiles, la protección más vulnerable, mi piel.
Nuestros cielos se encontraron, me heriste, me apuñalaste, abriste mi carne porque estabas reclamando por completo lo que ya era tuyo. Y mi carne, tensa te dejó entrar, te absorbió, y al hacerlo te reclamó, reclamó lo que también era suyo. Y los dos, los dos vibramos, ya no era sólo yo, ahora tú junto a mí cantabas. Y mi grito se hizo fuerte, arrobado, porque pude comprender que tú te convertías en transmisor musical, que junto a mí, que en mí habías logrado la conversión, la transmutación.

No puedo, ya no puedo, ya no pude dejarte. Al verte, al tenerte, cuando tras presentarme en ese idilio suyo tu más profunda tempestad, comprendí que no podía dejarte. Algo te robaste, te quedaste, con embustes te quedaste. Te hiciste dueño.

Continuará...

Georges Erawi (Mr. Blue)



miércoles, 22 de agosto de 2007

¿Quién diablos es Melissa?


Misterio de misterios sin resolver, acaso un "expediente secreto x". Todo mundo habla de ella sin conocerla, como la muerte misma. Quizás mis frases de entrada son lugares comunes y resultaron muy trilladas, pero ella no era común, sino todo un enigma. Alguna vez me hizo saber, con un dejo de tristeza en su rostro, que su padre militar participó en la guerra sucia del Chile de Pinochet y dejó entrever que participó en las torturas a los disidentes izquierdistas del MIR y del PS; todo porque su exposición en la universidad coincidía con el tema de los desaparecidos políticos y nuestra guerra sucia, sostenida y financiada tras las bambalinas del poder echeverrista de los setentas en México. Entre los exiliados suramericanos (argentinos, uruguayos y chilenos) de aquella década se coló un torturador y lamentablemente ese fue el padre de Melissa. Ni modo, nadie escoge a sus padres. Lástima de su belleza y guapura.

Dicen que no tuvo novio en la universidad, tal vez por el miedo de que su padre lo descubriera. Muchos andaban mordiendo el polvo por ella. Unos cuantos recibieron una sonrisa como negativa, era a lo más que podían aspirar; otros, la mayoría, simplemente recibieron indiferencia y desprecio. Sólo un muchacho parecía recibir sus encantos: Israel. Un tipo listo, lentes redondos a la John Lennon, alto con dotes de intelectual y fascinado por la poesía tanto como ella. Alguna ocasión (y fue la última que se les vio juntos) le comentó con mucho atrevimiento, al pie de una jardinera, que ya Pablo Neruda le había hecho un poema de 1923, La estudiante. He aquí el primer y el último párrafos:

"Oh tú, más dulce, más interminable
que la dulzura, carnal enamorada
entre las sombras: de otros días
surges llenando de pesado polen
tu copa, en la delicia.

(...)

Mordí mujer, me hundí desvaneciéndome
desde mi fuerza, atesoré racimos
y salí a caminar de beso en beso,
atado a las caricias, amarrado
a esta gruta de fría cabellera,
a estas piernas por labios recorridos:
hambriento entre los labios de la tierra,
devorando con labios devorados
".

Se les veía varias veces en la escuela y algunas otras Israel acompañando a Melissa a su casa en Clavería, donde jamás puso un pie dentro. Lo más que recibía era un beso en la mejilla, tanto de saludo como de despedida, igual como se saluda a un familiar. Su frialdad derretía cualquier témpano. No dejó rastro alguno, pero sí una marca muy profunda en el alma y el corazón de Israel, quien quería conquistarla por medio de poemas de Neruda a una Melissa, medio chilena y medio mexicana, sobre todo con uno en especial que aprendió de memoria escribiendo y reescribiendo garabateándolo entre los apuntes de las clases de periodismo que les dí:

"¿Quién no te vio, amorosa, dulce mía,
en la lucha, a mi lado, como una
aparición, con todas las señales
de la estrella? ¿Quién, si anduvo
entre las multitudes a buscarme,
porque soy grano del granero humano,
no te encontró, apretada a mis raíces,
elevada en el canto de mi sangre
".

(Fragmento de El amor, 1936.)

Los ecos de su mítica presencia todavía rebotan en las paredes del campus universitario; su sombra deambula por los pasillos y su leyenda empieza a cobrar fuerza entre los que se reúnen a cuchichear y rumiar chismes en la esquina maldita del patio principal, donde los estudiantes de la carrera de Ciencias de la Comunicación se preguntan: "¿Es Melissa un mito genial?"

Georges Erawi (Mr. Blue)

viernes, 17 de agosto de 2007

Bienandanza

A veces la conversación no basta. La que tenemos con nuestros cuates es divertida, jocosa, en ellas existe alguien que se queda con la palabra en la punta de la lengua, con el chiste o la anécdota inconclusa. Otra veces la charla se convierte en un diálogo inteligente, pero con sinceridad, esas ocasiones son contadas, es más, hasta mal vistas ¿que no? Ahí también se queda algo sin decir, un pensamiento inacabado, un argumento que llega tarde.

Incluso se puede agregar que la conversación apenas deja espacio para revisar nuestras palabras, lo que casa mal con nuestra tendencia de comunicador docente a saber qué intentamos decir antes de decirlo. En cambio, la escritura sí da lugar a la reescritura y está en gran medida hecha de reescrituras, de pensamientos reelaborados que se enriquecen y adquieren nuevos matices tras cada borrón.
En fin, que contáramos con más tiempo para la chacota inocua o provechosa sería lo ideal. Pero la esclavitud de la cotidianidad nos lo impide, así que un grupo de truhanes se han dejado seducir por la oportunidad de decir en este espacio lo que no se pudo en cualquier otro.

Que el primer comentario tenga mano santa para que las retroalimentaciones nos acompañen siempre; de otra menera que nuestra autoestima quede intacta.

¡Leonard Cohen les da la bienvenida!



Queridos amigos, he aquí un nuevo espacio para que lo llenen con contenidos padres. De entrada, el maestro Leonard Cohen les da la más cordial bienvenida, con uno de sus himnos clásicos: EVERYBODY KNOWS.