

Melissa me recuerda mucho a Nahui Olin (Carmen Mondragón, hija del
general golpista de 1913 Manuel Mondragón), amante del Dr. Atl (Gerardo Murillo, quien así la reabautizó) pintor paisajista del Valle de México y también del fotógrafo Edward Weston. Es su reencarnación en el siglo XXI. Ambas sólo cultivaban amistades importantes en sus respectivos círculos de amistad, guardando toda proporción. Su vida es análoga. Ambas tenían facilidad tanto para la poesía como para hacerse autorretratos al óleo y con acuarelas, pero sobre todo les fascinaba ser retratradas en fotos blanco y negro. Tuve la fortuna de darle clases de fotografía. En alguna ocasión de ese cuatrimestre fui invitado a comer a su casa junto con algunos de sus compañeros. Una verdadera desgracia me impidió acudir: ese día se incendió una fábrica al lado de la universidad, se desalojaron las instalaciones y por tres días que duró el incendio mi auto quedó a resguardo dentro de las mismas.Sin embargo, tuve la oportunidad de conocer uno de sus textos literarios que tanto le gustaba escribir. No es que me haya ganado su confianza, pues era celosísima de sus secretos. Una de sus amigas, mejor dicho compañera de clase de ese sábado doblemente trágico, cazó la oportunidad de penetrar en la intimidad de sus cuadernos -y vaya que ella no era para nada descuidada- simplemente había tomado un borrador de su puño y letra que asomó accidentalmente por el codazo de otro compañero al cuaderno que estaba sobre la mesa. Al terminar la clase de periodismo a mitad de semana, Carolina llegó hasta mi escritorio con un cara triunfal, como si le hubiera arrancado el rabo a un toro, y con una sonrisa de oreja a oreja me extendió unas hojas que a continuación transcribo literalmente. Es algo de la intimidad de Melissa con un sorprendente final:
Ella hablándole a él
Entraste. En tu mano ella reposaba, vestida,enfundada en negra capa. Con complicidad, con gesto de exhibición y pudor desasido me miraste. La luz, el claroscuro de mi habitación todo lo acogió y yo me hice partícipe de esa bella forma tuya de crear, de traicionar. Porque traicionas, porque todo lo niegas para ser tú, en voluptuosa acto de procreación.
Él vino llegó a la mesa y sin titubeo la desenfundaste. Pronto todo se iluminó, purpurino resplandor en el que su cuerpo tomó forma: su vientre, hinchado, grávido y hueco vientre me mostró que a punto estaba de parirte un deseo. Y poco a poco, mientras por la espalda la acariciabas, recorriendo su cuello hasta bajar a su cintura, el deseo se hizo ritmo. Acompasada melancolía, juego en el que entregabas todo y renunciabas, para asirlo por completo. Ella es tu consuelo, ella, la de piel tostada, brillante y tensa; ella, chelo, tu consuelo.
Resbalaba el líquido por mi garganta encendiendo con amargura que calcinaba y lavaba al mismo tiempo memorias, haciéndolas refulgir en ese ensueño, en el que tu música, tus vidas iban amedrentando el frío, encendiéndolo y congelándolo. No te sentí tibio, te sentí ardiendo en frío, arrebatado fragor de helado brillo. Todo tú eras exactitud, certeza, tu cuerpo era tempestad afilada. Contemplaba su idilio, en el que estaban solos, en el que se regalaban y se exhibían mientras mi boca embebida en ese fragor me empujaba más y más al remolino.
Caí, caí lento, despacio pero con furia; con arrebatado clamor te llamé y tú viniste, entendiste cómo te llamaba, cuánto te necesité, cuánto quise ser parte, ser, renacer en ti. Igual que a ella, que en ese ahora nos contempló, tomaste mi cuello, por la esplada viniste a recorrerme, a habitarme. Yo respondí, vibró mi cuerpo igual que el suyo había vibrado, las cuerdas que tocaste, la melodía que me hiciste cantar, antes no había pensado. Fue dolor, pero fue alivio. Bajaste a mi cintura y una nota aguda salió de mi garganta encendida. Y pusiste en mi vientre, al tocarlo, al empujarlo hacia ti, una semilla que no acabo de parir, que hasta hoy, que aún hoy sigue gestándose, me fecundaste con tu tacto. La funda que me cubría te dejó a la vista el firmamento de mi ánimo, de la que me anima, que a veces sin animarme sigue ahí porque el corazón me mantiene viva. Con tus besos llenaste de margaritas, que hoy marchitándose están, los cielos de mi alma, los más frágiles, la protección más vulnerable, mi piel.
Nuestros cielos se encontraron, me heriste, me apuñalaste, abriste mi carne porque estabas reclamando por completo lo que ya era tuyo. Y mi carne, tensa te dejó entrar, te absorbió, y al hacerlo te reclamó, reclamó lo que también era suyo. Y los dos, los dos vibramos, ya no era sólo yo, ahora tú junto a mí cantabas. Y mi grito se hizo fuerte, arrobado, porque pude comprender que tú te convertías en transmisor musical, que junto a mí, que en mí habías logrado la conversión, la transmutación.
No puedo, ya no puedo, ya no pude dejarte. Al verte, al tenerte, cuando tras presentarme en ese idilio suyo tu más profunda tempestad, comprendí que no podía dejarte. Algo te robaste, te quedaste, con embustes te quedaste. Te hiciste dueño.


Continuará...
Georges Erawi (Mr. Blue)
3 comentarios:
Pues muchas gracias por prestarme el libro de Yukio Mishima. Por supuesto, que también le haré su reseñita al otro que me prestaste de él, que se llama Música, que por el título se me hace que me va a gustar bastante. Tanto como me gusta la tal Melissa, al menos.
También te comento, que como puedes ver Carlos López Praget, ya es un mirmbro más de nuestro exclusivo club.
¡Órale! No sabía que escribiera tan intenso. Sabía sí, que le gustaba la literatura y en particular la poesía. Había una poetiza que la volvía loca, Silva Tomasa Rivera "la dama de las chelas", como se le conocía en el mundillo literario mexicano, porque dicen que era una ebría empedernida y medio lesbiana que gustaba de disparar tan espirituosa bebida.
En cuando a Melissa, yo puedo decir que es una de las mujeres más bellas y más enigmáticas de cuantas he conocido. Una chica con una personalidad muy cambiante, por no decir voluble.
Una chica con problemas para relacionarse con el mundo, encerrada en la tortura de saberse bella, pero no querer ser recordada por eso. ¡Qué dilema!
Bien dicen que nadie está contento con lo que tiene. En fin, me da gusto saber que ha dejado de ser ella para convertirse en mito.
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